El Bioparque Amarú de la ciudad de Cuenca, es un emprendimiento familiar de la familia Arbelaez Ortiz, que busca la conservación y educación de la vida silvestre presente en la región austral del Ecuador. Hasta este 2020 el parque ha garantizado la protección de aproximadamente 1,200 animales, cuya actividad genera sustento para cuarenta empleados del parque y sus respectivas familias. Muchas de estas familias son vecinos de la zona donde está ubicado, Rayoloma, al Sur de la ciudad.
El parque se mantiene operativo con ingresos de taquilla como principal fuente de financiamiento. Por lo que en el actual contexto significa una precaria decisión para Amarú, cerrar sus puertas al público y con ello los recursos que mantienen el lugar. Ya que las disposiciones de aislamiento social son genéricas, un parque de vida silvestre en asilamiento social no es igual a otras clases de espacios. Para una empresa de oficina parar actividades por el distanciamiento social significa mandar a sus empleados a trabajar desde casa. Lo que sucede es que en Amarú, los animales seguirán comiendo y merodeando el parque, se debe mantener continuamente sus instalaciones, los gastos veterinarios y sueldos para los empleados que dan todos estos servicios son inevitables. Para mantener este centro de rescate animal en marcha, durante una pandemia, los recursos necesarios son onerosos.
Dos semanas atrás, conversé con Victoria Arbelaez, ella es fundadora y administradora del parque Amarú. Sus opiniones fueron contundentes respecto a las necesidades que tienen en el parque. Aproximadamente se necesitan USD 36.000 cada mes para cuidar y alimentar todos los animales. La situación de este parque, pero en general de todos los centros animales en el país pende de la capacidad de nuestra sociedad de apoyarnos y levantarnos en conjunto. Actualmente han manejado la crisis a través de donaciones de productos agrícolas perecibles. De una empresa avícola consiguen que los pollos que no podrán ser vendidos, puedan alimentar reptiles, aves y mamíferos pequeños. De los supermercados en la ciudad se entregan excedentes de frutas, hortalizas y verduras no aptas para las perchas y con ello alimentan toda clase de herbívoros. Finalmente, de los ranchos y haciendas cercanas, consiguen que vacas o caballos que han muerto por condiciones naturales puedan donarse para alimentar grandes felinos.